sábado, 4 de julio de 2009

Creador de inspectores

Briggs, Peter, Creador de inspectores, Interpol, nº 11, Dólar, Madrid, 1955, portada de Zarza, ilustraciones interiores de Luis Bermejo
Brillante novela de ambientación parisina que se sitúa en los turbios años inmediatamente posteriores a la liberación y que desarrolla una trama donde la dignidad y la codicia se enfrentan en tenso combate.
El joven inspector de la Interpol Henry Leblanc, veterano de la Resistencia, va a visitar a Marcel Vial, compañero suyo en la lucha contra los nazis. Estamos en París, en 1946. Vial, un bon vivant, le recibe sin sospechar que el inspector le visita en misión oficial para preguntarle de dónde ha sacado un billete de cinco libras esterlinas con el que pagó una consumición la noche anterior. El billete, fichado por la policía, ha desencadenado la investigación y Vial, armado, quiere huir; un forcejeo con Leblanc provoca un disparo accidental que acaba con la vida de Vial.
Leblanc convoca a tres policías parisinos - los veteranos Preval y Fabry y el joven, impulsivo y también ex-resistente Roger Brussac- para ponerlos a sus órdenes en una investigación que sigue la pista de 50.000 libras esterlinas que el gobierno inglés dio a un grupo de la Resistencia y que misteriosamente desaparecieron; la numeración de los billetes ha permitido, tres años después, reencontrar la pista de esa fortuna perdida. Brussac acepta a regañadientes la autoridad de Leblanc y se desplaza al local Zinga-Zinguette donde la bella existencialista Josy André -amiga de Vial- canta y fascina. Brissac la corteja y ella se va en su coche; mientras suena el petardeo del tubo de escape, un hombre que pasaba por allí cae como borracho; Brissac cree que es un simple beodo cuando en realidad es Gerard Gusdorf, compañero de Vial, asesinado por dos disparos cuando iba a hablar con Josy.
Al día siguiente, Leblanc visita a Brissac para destituirlo; antes conoce a su bella y femenina hermana, Anik Brissac, que le fascina, pero ello no le impide destituir a Brissac y ante su enfado y rebeldía, darle un par de puñetazos y noquearlo. Leblanc, siguiendo la investigación , se hace pasar por detective , “un representante de la fauna popularizada por las novelas de la “Serie Negra” (p.44) para acercarse a Josy André y descubrir que Vial Gustoff y un tercer hombre, Max Borel, fueron los ladrones de las libras esterlinas y que tras ellos -y la fortuna- van otros ex-resistentes -Pascal Boldoni, corso, Robert Delorne, Marsan-, genuinos delincuentes que entraron en la lucha contra los nazis desde el otro lado de la ley.
El inspector Preval sigue a Josy André que, sin saber nada del robo, por su relación con Vial policías y gangsters creen que sabe donde está el dinero. No es cierto pero ello no impide que la salida del Z-Z sea secuestrada por los delincuentes tras un tiroteo del que Preval sale malherido. Salvado gracias una transfusión de Brissac, éste es reincorporado al caso mientras el tercer hombre, Max Borel, es perseguido por los delincuentes; se descubre que él fue quien mató a Gustoff para que no confesase su crimen a Josy André pero fruto de la persecución su coche sufre un aparatos accidente y muere.
Brissac indaga y consigue llegar hasta la guarida de los secuestradores donde es descubierto y apresado; cuando la situación parece irresoluble para éste y Josy, Leblanc, que ha consultado los archivos de la Resistencia, localiza la guarida de los cacos, llega a tiempo y tras un violento tiroteo donde Brissac interviene con gallardía, los malhechores mueren. El dinero finalmente aparece escondido en el motor del coche de Borel y, como colofón, Leblanc -un auténtico creador de inspectores-y Anik Brissac se prometen mientras se apunta el amor inevitable entre Roger Brisssac y Josy André.La novela se muestra soberbia en su planteamiento, desarrollo y desenlace; el dominio de la geografía urbana de París, el retrato del ambiguo mundo de los resistentes donde se mezclan policías y delincuentes, honor y codicia, el muy intenso y equilibrado ritmo de la narración confieren a la novela una especial brillantez. Destaca el retrato del mundo existencialista de las caves, “locales frecuentads por existencialistas como clientela fija y por turistas situados entre el Boulevard de Saint Germain y el Sena, entre los Quai Conti y D’Orsay” (p.20); los personajes de orden -policías- se burlan de los devaneos existencialistas -“personalmente ignoro todavía si el existencialismo es una filosofía o un pretexto para no ir a la peluquería” (p.46)- pero se percibe una real fascinación por ese mundo subterráneo de cantantes, mujeres ambiguas y reflexión amarga sobre la vida.

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