domingo, 29 de marzo de 2009

El crimen del inspector

Briggs, Peter, El crimen del inspector, CIA, nº 222, Dólar, Madrid, 1955
Rotundo ejercicio clasicista de novela negra; un criminal inocente, bajos fondos, redención moral de los héroes... La huella de Los miserables de Victor Hugo resulta evidente y su fusión con la más pura novela negra confiere al producto una singularidad notable.
En la agitada Chicago de los años veinte, un brutal e inmisericorde agente policial, Jason Wicox descubre el amor y se casa; su esposa muere en el parto y considera que el hijo recién nacido es el culpable de la desgracia. Decide abandonarlo y lo cede a una familia de miserables ofreciéndoles a cambio una pequeña aportación económica mensual. Años después, de vuelta a Chicago y ya convertido en agente de la Cia, Wilcox lee en la prensa que su hijo está condenado a la silla eléctrica.
El niño, Jason Forbes ha crecido en un ambiente degradado; su hermano Nick es un cobarde, su madre es una borracha y su padre un mezquino hampón que le maltrata de forma constante y que, desde niño, le ha echado a la calle para que traiga dinero a casa; malvive como puede y su último trabajo es ser sparring en el gimnasio de Clark Pollock, un traficante de drogas. Nick le propone a Jason llevar a cabo un robo en el restaurante donde trabaja. Así deciden hacerlo y en el asalto Nick mata a un contable; en la confusión de la reyerta con la policía, Nick consigue golpear a Jason y aparecer ante los ojos de la policía y la justicia como un inocente obligado a cometer un crimen por su hermano al que acusa del asesinato.
Wilcox, sin desvelar para nada su identidad, decide ayudar a su hijo y le facilita la fuga para que pueda demostrar su inocencia; en su fuga llega a una granja donde una rijosa ex-corista, Marjorie, le ayuda y le intenta seducir. Él resiste y huye pero cuando llega el marido, un simplón campesino, Marjorie lo asesina con el cuchillo que había tocado Forbes acusando al prófugo del crimen. Wilcox inicia una feroz persecución sin frutos mientras Forbes consigue trabajo como ayudante de un camionero, Raymond Taylor, quien con su laboriosa vida le enseña que la amistad y la nobleza pueden ser valores útiles para la vida. Su amistad va creciendo en la ruta Chicago-Oklahoma hasta el punto de que Taylor le presenta a su hermana, la bella y hacendosa Irene, de quien se enamora. En medio de ese espejismo emerge un fantasma del pasado, Clark Pollock, quien le propone convertirse en mensajero de paquetes de cocaína aprovechando su dimensión de transportista. Desesperado, Forbes escribe su historia y se la deja leer a Taylor y éste a su hermana, quien decide llevar el caso al juez Stone, un magistrado retirado, huraño, borrachín y misógino que tiene una honesta debilidad por Irene. Stone es un juez con una profunda carga moral y tras tener la certeza de la inocencia de Forbes decide tramar una compleja telaraña para que Marjorie y Nick confiesen su crimen y para que Forbes colabore con la policía para detener a los traficantes, la única manera de ofrecer a las autoridades una demostración de su reinserción. No sólo eso sino que, investigando, descubre los lazos de Wilcox con Forbes; tras acusar al inspector del imperdonable crimen de abandono, consigue que éste no sólo ceje en la persecución de Forbes sino que ayude en su plan.
La trama urdida por Stone se va cerrando sobre los verdaderos culpables hasta que los traficantes, acorralados, deciden ajustar cuentas con Forbes que les ha traicionado y con su entorno de amistades, Raymond e Irene. Cuando parece que nada va a poder salvar a Forbes aparece Wilcox que se interpone en el camino de las balas que le iban dirigidas y mata a Pollock; en la agonía entre los brazos de su hijo, no le confiesa su terrible abandono pero se siente feliz de morir habiendo pagado su crimen. Al final, Raymond y Forbes montan un taller mecánico y éste e Irene anuncian su compromiso ante la mirada complacida del juez Stone.
La novela es una auténtico ejercicio clasicista: estilo cortante, certero y preciso, ambientación en los estratos más miserables de la ciudad, sórdidos ambientes carcelarios, huidas de la justicia, inocentes acusados de un crimen que no cometieron, descubrimiento de un mundo noble más allá del lodo, mujeres malvadas, mujeres que redimen por el amor, jueces honestos y nobles... Combina hábilmente recursos del folletín ya consagrados por la novela realista europea -Dickens, Hugo y Galdós resuenan en esta novela- con una excelente capacidad para asumir la tradición de la novela negra norteamericana. Los miserables era una de las novelas preferidas de Pedro Víctor Debrigode y en esta novela se descubre su clara influencia, no sólo por la cita explícita -“En esta magnífica obra, un policía llamado Javert persigue a un culpable, Valjean...” (p.84)-, no sólo por la analogía entre algunos personajes, Forbes-Cosettte, Forbes-Jean Valjean, Wilcox-Javert. Juez Stone-obispo de Digne- sino por el sólido substrato moral de toda la novela que, encarnado en el personaje del juez Stone, da una extraordinaria fuerza al relato. Una obra impecable escrita fuera del ámbito de Editorial Bruguera que nos demuestra la extraordinaria capacidad como novelista de Debrigode, aquí Peter Briggs.

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