sábado, 6 de septiembre de 2008

Hace falta un muerto

Hace falta un muerto, Servicio Secreto, 957, Bruguera, Barcelona, 1968. Portada de Desilo
Novela sin concesiones, amoral, donde se lleva a cabo una apología del crimen como una estrategia de la policía para restablecer el orden con una dureza y violencia inmisericordes pero que, al tiempo, se nos presenta cargada de notable dosis de ambigüedad. El relato empieza con la crudeza que va mantener a lo largo de todas sus páginas:
El último pensamiento de Darius Volpo le resultó muy desagradable. Moría como un estúpido.
Apenas cumplidos los cincuenta, en plena cúspide de una brillante carrera, con fama de hombre hábil y siempre listo para cazar la suerte al vuelo. Y acababa de pegarse un tiro en plena frente mientras manipulaba su pistola.
Su pistola. Una buena compañera que nunca le había traicionado. Hasta aquel preciso instante.
(p. 1)

En la ciudad de París, un mafioso corso -Volpi- muere accidentalmente cuando manejaba su pistola; dos policías, los inspectores Teo Nevers y Guy Montal deciden difundir el rumor de que el mafioso ha sido asesinado por otro corso de su banda, todo ello con la intención de que los asesinos se maten entre ellos. Para llevar a cabo su objetivo, contactan con un soplón , Lino Flambert, con la intención de que difunda el bulo; así lo hace y la operación se salda con un tiroteo entre bandas en el que mueren once mafiosos.
Contentos de los resultados, y al tiempo que inician una carnal relación con una ex-amante de Volpi - Nadia Darson, anticuaria- y su secretaria -Cesca- , Nevers y Montal deciden rizar el rizo e intentar una limpieza aún más numerosa de los bajos fondos parisinos. El jefe de la policía, el también corso pero noble Martín Danilo, empieza a columbrar que sus dos policías actúan con métodos particulares y reprobables pero no consigue detener un elaborado plan de ambos en el que, inspirados por el robo del tren de Glasgow, montan el robo de unos Bonos del Estado implicando a tres bandas que se roban sucesivamente hasta que un tiroteo brutal resuelve la situación. Al final, sumando las dos operaciones, los delincuentes que se han asesinado entre ellos ascienden a cincuenta y tres; nadie investiga a fondo las muchas casualidades que han propiciado la masacre y Montal y Nevers se sienten socarrones y satisfechos de la labor realizada.

Excelente estilo el usado por Debry al servicio de una narración ambigua y rica en matices. Si bien en un principio podría parecer una novela reaccionaria con una descarada apología del crimen de estado más allá de la ley, lo cierto es que los protagonistas, Montal y Denvers, se nos aparecen como dos rufianes de dudosa catadura moral, dos asesinos que nos despiertan simpatías y que no dudan en ejecutar a decenas de individuos por un vago deseo de impartir justicia. No es extraño que en un momento de la novela se nos diga que “policías y asesinos eran seres humanos repletos de buenos sentimientos, a los cuales una atroz malignidad colocaba a un lado y otro de una barrera arificial, denominada ley” (p.60). De forma harto elocuente, el diálogo final en que Nadia se dirige a Nevers, su amante, resume esta ambigüedad:
-Me gustaban mucho los gangsters (...) Tú vales por cincuenta truhanes. Te adoro.” (126)

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