sábado, 30 de agosto de 2008

Sombras mortales


Sombras mortales, Punto Rojo, 143, Bruguera, Barcelona, 1965. Portada de Antonio Bernal
Excelente novela que se inicia con un primer capítulo de una fuerza tremenda y que luego mantiene un desarrollo intenso donde priman más los personajes simenonianos que no una trama que se resuelve de forma algo precipitada.
1944. París. En los días inmediatamente posteriores a la liberación, dos actrices colaboracionistas -Ginette Prevost y Denise Danglas- se refugian en un palacete de la la Île de la Cité. Una de ellas es detenida por una partida de maquis y, ante las amenazas que recibe decide suicidarse llegando el caso al despacho del inspector Larzac, un hombre sabio, miembro de la resistencia, que ha visto morir a su hijo. Denise es interrogada por el inspector, que decide dejarla en libertad al no tener cargos penales contra ella; el hecho de que hubiese sido amante de Rudolf Hartmann, un jefe de la Gestapo que fue degollado en los primeros momentos de la liberación, no la hace culpable a sus ojos.
Pasados unos pocos días, Denise busca el apoyo de un amigo suyo, Gabriel Dufrety, un decorador de origen corso, un cínico descreído también acusado de colaboracionista al que ella explica cómo desde hace días es perseguida por una sombra mortal, un inquietante individuo que no la deja en ningún momento. Al ver que ni Dufrety ni el comisario la ayudan, Denise decide plantar cara al misterioso individuo y le lleva a cenar al Pomme d’or; allí es asesinado en un reservado.
Lentamente se descubre que Hartmann tenía un importante secreto militar y que por ello fue asesinado, que éste documento secreto -una fórmula de una arma biológica potentísima descubierta en el Stalag 17- estaba guardado por Denise quien quería conseguir dinero por su venta, que Dufrety era en realidad un agente doble que también perseguía los documentos para conseguir dinero rápido y que tras ese secreto también iba no sólo una peligrosa banda de delincuentes marselleses -uno de ellos era la sombra mortal- sino también el hermano de Hartmann, que fue el asesino de La pomme d’or.
El inspector, que al final se casa con una hacendosa burguesa, consigue que Denise se olvide de sus ambiciones y se redima en la cárcel y que los marselleses y Dufrety vayan a Inglaterra donde, en poder del Alto Mando británico, parece estar a buen recaudo la fórmula que ellos aún quieren conseguir.
La novela, soberbia en muchos momentos destaca por su cuidada ambientación parisina, por la elección de un momento histórico dramático para situar una trama policíaca, por la voluntad de ir más allá de los tópicos -los colaboracionistas son tratados más allá de simplificaciones- y por la creación de personajes ambiguos y cargados de matices. Los ecos de Simenon son evidentes -Quai des Orfèvres, un inspector que reflexiona sobre la condición humana, que no juzga sino que se muestra comprensivo con las flaquezas humanas y que al final se casa y lleva una feliz vida burguesa- y éstos se hacen explícitos cuando aparece un amigo de Larzac, el comisario Grandjean, que “no ignoraba que le apodaban “Maigret” por su cachazuda corpulencia, su pipa y su constante afán por vigilar el buen funcionamiento de las estufas” (p.69)
La reflexión final de Larzac la habría firmado el mismo Maigret: “El tiempo es el mejor bálsamo, porque nos da la apacible conformidad de aceptar la vida tal como es, y no como quisiéramos que fuese en los años juveniles. (...) Y era así la vida. Poseer alguien con quien compartir el diario respeto a la rutina.” (p.125).
Una curiosidad; la portada no tiene prácticamente ninguna relación con el contenido de la novela.

No hay comentarios: