sábado, 31 de mayo de 2008

Máscaras malignas



Máscaras malignas, Punto Rojo, nº 437, Bruguera, Barcelona, 1970.

Novela que combina serie negra con un curioso homenaje a la novela de aventuras de ambientación renacentista y que sorprende por su notable dosis de violencia y su sorprendente trama.
Marc Dambra es un tipo extraño, de aspecto singular, que un día es visto por las calles de París por una bella danesa, Zulma Faroer que decide seguirlo; al poco se descubre que es un peligroso gangster al que la policía va a detener pero que escapa porque asesina disparando a bocajarro a un inspector. La rubia sigue al criminal, perseguido por toda la policía, y le ofrece un curioso trato: integrarse en una banda de secuestradores. Él acepta y es trasladado a un singular castillo propiedad de un viejo loco donde vive la banda de secuestradores. El viejo loco y su hijo demente tiene la estrafalaria obsesión de creer que viven en un palacio renacentista italiano y hacen vestir a todos sus protegidos al modo de la época adoptando personalidades de nobles, políticos y poetas; es herido de muerte uno de los sicarios de la banda -un mexicano- y deciden torturarlo para divertirse pero Dambra lo impide pegándole un par de tiros.
El lector descubre en la página 80, sin haberlo sospechado, que Dambra es un superagente de la policía, Luc Murato, que se ha infiltrado en esa peligrosa banda de secuestradores para detenerlos, que el crimen inicial fue un montaje, que mató al mexicano para evitarle el tormento y que Zulma Faroer en realidad es una chica angelical que se ve obligada a trabajar al servicio de los secuestradores porque éstos tienen a su padre como rehén. Al final Dambra es descubierto, se escapa y finalmente consigue detener a los malvados -su jefe en la sombra era el aparente hijo loco- y el amor de Zulma.La novela tiene un inicio excelente digno del mejor Simenon, luego decae algo con la trama algo esperpéntica de los secuestradores el castillo, remonta con el retrato del protagonista al que creemos un asesino sin sospechar que es un policía y finalmente tiene un desenlace previsible. Curiosa evocación del mundo del renacimiento italiano que había sido consagrado en El galante aventurero, una de las obras magnas de Debrigode en el género de aventuras de finales de los años cuarenta, cuando firmaba Arnaldo Visconti.

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